Grupos de diez y 20 personas, entre amigos y familiares, llegaron del área rural a los camposantos para ofrecer rezos y cantos en la fiesta de Todos Santos.
Audaz y ágil, Brayan Poma, de nueve años, se acerca a las tumbas adornadas con flores y pasankallas y ofrece sus rezos a cambio de pan, dulces y frutas, en el Cementerio Tarapacá, de la ciudad de El Alto.
“Te lo rezo, en aymara y castellano”, dice Brayan y con esa oferta consigue aventajar a la competencia de rezadores y cantores que llegaron ayer al cementerio de El Alto por la festividad de Todos Santos.
A unos pasos, Beimar, de cinco años, espera a Brayan, su primo. El pequeño se encarga de cuidar las dos bolsas de pan y dulces que consiguieron en sus cinco primeras horas de trabajo.
“El año pasado a esta hora (12:30) teníamos unas cuatro bolsas”, cuenta Brayan. Se queja de que los rezadores adultos no lo dejan orar tranquilo y que a veces le dicen: “Vos no sabes los rezos para los difuntos”.
Entonces para ganar a la competencia, Brayan, quien llegó desde Achocalla, adquirió el folleto Responsos y oraciones para las almas en castellano y aymara y aprendió más de 20 rezos.
No es el único. José Luis Chura, de 13 años, guarda en su bolsillo su folleto y lo saca cuando le piden otro tipo de oraciones.
“Hay muchos rezadores”, comenta Chura, y camina junto a sus dos hermanos, pues ellos llegaron por primera vez a la ciudad junto a otros 15 jóvenes de la provincia Los Andes.
A paso lento y descansando en cada trecho, Nicolasa Mamani, de 75 años, intenta competir con los rezadores jóvenes. “Nos regalan dos a tres panes porque hay muchos cantores”, dice.
Mamani recuerda que hace diez años, recibía dos platos repletos, uno de panes y t’antawawas y el otro de frutas, dulces, suspiros y pasankallas. “Era lindo y eso nos duraba dos meses para tomar té”, dice la anciana.
Asustada y tímida, Elizabeth Tola, de 16 años, no se suelta del brazo de su papá. Llega de la provincia Alonso de Ibáñez, de Potosí, y es la primera vez que visita La Paz. “Los paisanos nos contaron que en estos días regalan pan y decidimos venir”, cuenta José Tola, quien viajó 28 horas en bus y gastó 40 bolivianos.
Tola ofrece rezos en quechua y a la gente le gusta la propuesta, pero hay otros que prefieren las oraciones en castellano.
“Ya no hay pan, ya no hay nada”, dice Janeth de Ajata, quien armó una mesa en honor a su esposo. Llegó a las diez y media de la mañana y en dos horas terminó con medio quintal de pan.
Ajata asegura que dio unos 40 platos con pan y dulces a los rezadores. “Este año hice poco pan, y me dio pena que ya no alcance para los demás, pero todo está caro”, comenta.
Página Siete
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