Cada año, desde que falleció su único hijo varón en los hechos de octubre de 2003, Francisco Vargas visita el mausoleo de “Los héroes de la Guerra del Gas”, en el cementerio de Tarapacá, en El Alto.

Vargas, junto a su esposa y su hija, lleva flores, panes, pasankallas y dulces para armar un altar improvisado y hacer rezar por el alma de su hijo.

“Era un muchacho trabajador y bueno. Todos los días lloro su muerte, porque me hace mucha falta”, cuenta Vargas.

Primero abre el nicho, cambia las flores y reza en silencio. Luego su esposa pone un mantel en el piso y acomoda los panes.

“Hemos cocinado lechón de pollo que era su plato preferido”, suspira Silvia Flores, la madre del difunto. Mientras acomoda los panes, se seca las lágrimas y dice: “Es un dolor que no se calma, no puedo entender por qué nos ha dejado”.

Vargas dice que su hijo murió el 9 de octubre, y que fue una de las primeras víctimas de la guerra del gas, en la que manifestantes contrarios al Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada se enfrentaron al Ejército. En esos sucesos murieron 67 personas.

“Murió a los 22 años. Tenía un gran futuro y dejó huérfano a un niño”, lamenta Vargas. Luego detalla, como si hubiera pasado ayer, esos instantes en los que encontró muerto a su hijo.

Página Siete