Oliver Khan, un verdadero ídolo del fútbol alemán

Oliver Kahn nació el 15 de junio de 1969 en la ciudad alemana de Karlsruhe. En su infancia pasaba las horas libres cortando el césped del jardín de su casa ante los reproches de su madre, que le animaba a salir a la calle con sus amigos. Siempre fue un autodidacto y desarrolló un exacerbado perfeccionismo con tal de seguir las huellas de su admirado Sepp Maier, el legendario guardameta alemán de los años setenta, cuya eficaz sobriedad sólo Kahn sería capaz de emular.

Del Karlsruhe al Bayern de Munich

En 1976 empezó a jugar a fútbol (siempre como guardameta) en las categorías inferiores del Karlsruhe, F. C., el equipo de su ciudad natal, con el que debutó en la Bundesliga en 1990 tras haber sido internacional en todas las categorías amateurs.

Al finalizar la temporada 1992-1993 y haber ganado con su equipo la Copa de la UEFA, acaparó el interés de los clubes punteros de Alemania y del resto del continente europeo. En la temporada 1994-1995, fue traspasado al Bayern de Munich por una cifra jamás pagada hasta el momento en Alemania por un guardameta: 2,5 millones de euros.

En el Bayer Munich logró 20 títulos locales (8 bundesligas, 6 copas de la liga y 6 Copas de Alemania), 3 títulos internacionales (1 liga de Campeones, 1 copa UEFA y 1 copa Intercontinental), además de distinciones como Mejor Portero de Europa, Arquero del año y Balón de Oro por ser el mejor jugador de la Copa Mundial 2002.

El 17 de mayo de 2008, Kahn disputó su último partido en la Bundesliga con la camiseta del Bayern de Múnich contra el Hertha de Berlín, con un resultado final de 4:1 a favor del Bayern. Kahn fue sustituído en el minuto 89 por Michael Rensing, su sucesor en la meta del conjunto bávaro, bajo una fuerte ovación del público del Allianz Arena.

¿Qué hace ahora?

Casado y padre de una niña nacida en enero de 2000, Kahn ha hecho publicidad para televisión, le fascina jugar en bolsa y es un empedernido practicante de golf, sobre todo si puede desafiar a su presidente y amigo Franz Beckenbauer. Aunque la derrota en la final mundialista le sumergió en una notable depresión que estuvo a punto de apartarle del fútbol en activo, seguiría siendo perfeccionista y nadie se entrenaría tan duro como él ni tendría tantas ganas de derrotar al adversario.

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