Bernardo Guarachi: Verdadero ícono del Himalaya

Tenía poco más de ocho años cuando un trabajador del tren La Paz-Arica lo descubrió debajo de un asiento durante la madrugada, en pleno altiplano chileno. Allí, en la oscuridad total, la más absoluta de las soledades y un viento que le calaba los huesos, el pequeño Bernardo Guarachi fue abandonado a su suerte.

Guarachi nació en Villa Totorani, localidad de Patacamaya, en el departamento de La Paz, el 4 de diciembre de 1952 -fecha con la que se ha quedado debido a que algunos registros señalan que nació en 1954-. Cuando tenía siete años, su madre murió dejando a él y a sus cuatro hermanos al cuidado de su padre.

“En una familia creo que la madre es lo más importante, eso falló en la nuestra ('). Mi padre me entregó a otra familia que era muy cercana a la mía y me fui con ellos”, cuenta Guarachi.

Ha sido llamado Pata de cabra y El cóndor de los Himalayas, por su destacada carrera de escalador y andinista. Hoy es el boliviano más destacado en su rubro por ser el primero en conquistar la cima más alta del mundo: el Everest. Pero su vida estuvo marcada por la lucha constante para sobrevivir en un país que no era el suyo. Hoy, comparte con Página Siete algunos de los momentos más trascendentes de su vida de montañista.

En el medio de la nada

Con el tiempo, la familia que se hizo cargo del pequeño Bernardo decidió viajar a Chile en tren. Era pequeño, no habían pagado su pasaje y tampoco tenía documentos. “El que revisaba los documentos me encontró y preguntó: ¿de quién es este niño? La familia se negó y dijo que no me conocía”, rememora.

Como nadie se responsabilizaba por su presencia, cuando el tren llegó hasta la Estación Villa Industrial el encargado lo bajó.

Sentado en su oficina de la avenida Camacho de La Paz, Guarachi aún se quiebra al revivir ese momento, cuando vuelve a su mente ese desierto oscuro mientras escuchaba al tren alejarse y se quedaba solo en el medio de la nada. Algunas lágrimas caen por sus mejillas.

A lo lejos vio una luz en la oscuridad y se dirigió a ella; era la casa de un trabajador de trenes que lo acogió. Días después llegó a Visviri, población chilena en la frontera con Bolivia, donde conoció a otra familia que tenía una pensión y empezó a trabajar para ellos.

Fue en esa pensión que Justo Suárez, un maquinista de locomotora, llegó a su vida y le prometió llevarlo a Arica.

Poco después conoció esa ciudad, la brisa de mar y la familia de Suárez. Fue Fermín Burgos, el cuñado de Suárez, quien se hizo cargo de él. Aquella familia lo adoptó y viviendo con ellos aprendió jardinería, a vender desde damajuanas de vino hasta fruta, a trabajar con los caballos en un hipódromo, entre muchas otras cosas. Después de vivir toda la década de 1960 en el vecino país decidió regresar a Bolivia.

Una epifanía del Illimani

Fue durante la época de la dictadura de Augusto Pinochet que decidió regresar a Bolivia, poco después de haber sido arrestado y rapado por permanecer en vía pública después del toque de queda.

Al llegar fue a Totorani a buscar a su padre y a su familia. “No se daban cuenta que era yo, creían que estaba muerto. Yo para ellos ya no vivía”, dice. Esa situación cambió para bien con el tiempo.

Fue al retornar de una visita a Totorani cuando al amanecer, a la altura de El Tolar, en el camino de Patacamaya a La Paz, tuvo una epifanía.

“El Illimani se veía por la ventana y entonces soñé despierto en que algún día me gustaría subir a esa montaña”, cuenta.

El destino hizo que apenas llegó a La Paz conociese al español José Antonio Elorriaga, socio de la agencia de viajes Jiwaki Tours, que organizaba expediciones al Huayna Potosí y al Sajama. Fue como ayudante que enterró por primera vez sus manos en la nieve y ese momento selló su destino.

Aprendió las prácticas de los guías, se convirtió en uno de ellos y conquistó las cimas de las montañas más altas de Bolivia. En esos viajes conoció a un alemán que le ayudó a conseguir una beca a ese país para ser guía de montaña profesional, sueño que logró gracias a sus amigos y el Club Alpino Alemán.

En 1985, después de cuatro años de regresar a Bolivia, se hizo famoso por ayudar a rescatar los restos del avión de la línea Eastern. El resto es historia.

Además de haber conquistado todas las cimas de los nevados en Bolivia ha llegado a la cumbre de la montaña Makalu, la quinta más alta en el mundo, ubicada en los Himalayas, en 1994.

En 1998 conquistó la cima del Everest, la montaña más alta del mundo. En 2002 ascendió al McKinley en Alaska, el pico más alto de Norteamérica y su última conquista fue la montaña Cho Oyu, la sexta más alta del mundo en el Himalaya, que ascendió junto a su hijo en 2011.

Un amor de toda la vida

De ahora en más y a punto de cumplir los 60 años, a este personaje boliviano le preocupa el futuro de sus pares y el propio.

Le preocupa que los andinistas y los escaladores no tengan facilidades para obtener un seguro o una jubilación, una realidad que es muy diferente en otros países, y se pregunta qué sucederá con él cuando ya no pueda subir a las montañas. Pero, pese a todo, es un agradecido de su destino.

“Varios compañeros de montaña están muertos. Muchas veces yo he entregado mi destino a la montaña porque no sabía si iba a regresar, pero estar arriba y disfrutar ese momento de silencio, del paisaje, del logro me ha dado las más grandes satisfacciones de la vida. Es una pasión, un instante único que jamás vuelve a repetirse”, concluye.

Página Siete


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