“¡Refresco!,¡refresco!, ¡refresco a un boliviano!”. “¡La Paz!, ¡La Paz!, ¡La Paz por la autopista!”. Los gritos se mezclan con las bocinas de los centenares de minibuses y taxis. En un mirador, un hombre explica, mediante un megáfono, cómo ha encontrado la palabra de Dios. Detrás de él, una vista panorámica de La Paz con los picos nevados y el altiplano en segundo plano. Llegué a la Ceja el domingo por la mañana.
Mirando a mi alrededor, advierto centenares de puestos fijos, semifijos y ambulantes. Tantos comerciantes que parecía haber más que compradores.
En la Ceja cada quien tiene algo que ofrecer, sean clavos, cigarros sueltos o una báscula a la espera de pesar a alguien por un boliviano. En kilómetros y kilómetros de puestos se puede encontrar desde un pistón de auto de segunda mano hasta un polvo mágico contra el mal de ojo.
En medio de los vendedores de CD piratas, que promueven al último grupo de cumbia con un volumen más alto de lo razonable, compartí un partido de futbolín con unos niños mientras otros disfrutaban de un carrusel de otra época, que gira gracias a la fuerza de sus padres.
La Ceja es un sitio de paso, una transición entre el “hormiguero” de La Paz y El Alto, y también entre los bolivianos y la capital.
Casas a medias
Las edificaciones tienen hasta tres pisos, pero son pocas las que están terminadas, a muchas de ellas les faltan las ventanas o las paredes de los últimos niveles. El barrio parece esperar un futuro mejor, cuando todas las calles sean asfaltadas y las edificaciones terminadas. Como si estuviese vigilando el barrio, una estatua metálica del Che Guevara resalta al final de la autopista. Me pregunté qué opinaría aquel guerrillero argentino sobre las condiciones de vida en la Ceja.
Mi suerte
Caminando por la “calle de las brujas” decidí que me leyeran la suerte en hojas de coca dentro de un local decorado con objetos a cual más extraño. En el techo, un sullu (feto de llama) colgado se mezcla con decenas de billetes antiguos en las paredes.
La adivina sostuvo unas cuantas hojas de coca en la mano y las lanzó al aire. Según la posición en la que cayeron las hojas, me adelanta que tendré suerte y viajes y que me irá bien en el trabajo. Al final me recomendó rezar tres veces al año y que regalara una mesa a la Madre Tierra.
Me fui tranquilizado y caminé en medio de decenas de puestos que ofrecían pollo y pescado frito. Comiendo una sopa me encontré una pata de gallina adentro. Decidí dejarla y seguir con el segundo. Pedí pescado, pero me trajeron pollo. Después del almuerzo, volví a La Paz.
Conocí la Ceja un domingo, fue una experiencia que me enriqueció porque estuve más cerca de la realidad boliviana.
Entre vida urbana y rural, falta mucho en la Ceja en cuanto a infraestructura, asfalto en las calles, instalación de baños públicos' Al mirar los centenares de buses y taxis, espero con impaciencia la inauguración del teleférico, que sin duda mejorará la vida cotidiana de los habitantes de El Alto.
Página Siete
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