Chica suiza escribe acerca de La Paz: La altura, el caótico transporte y sus calles

Bajamos del aeropuerto hacia Sopocachi. La calle dibuja en mi mente la idea de una onda que se funde entre las casas. El amigo que me recoge me explica que este camino es mucho más rápido que tomar la autopista. ¡Qué vista tan estupenda! Es como si esta ciudad no tuviese fin. El valle parece lleno de casas y edificios altos y por todos lados hay casas rojas que continúan subiendo los cerros.

Mis amigos bolivianos en Suiza me advirtieron que la altitud me afectaría, aunque es conocido que los suizos están acostumbrados a vivir en las montañas. Pienso que al llegar al aeropuerto fue más la fatiga del viaje que la altitud lo que me hizo sentir un poco rara. Pero para subir al departamento, que está en el cuarto piso, tengo que hacer pausas cada diez escalones.

Durante los dos primeros días he tomado muchos litros de agua y de mate de coca. Me siento un poco cansada, pero por suerte no me duele la cabeza.

Comparaciones odiosas

Decido descubrir un poco la ciudad a pie. ¡Qué idea! Los buses grandes pasan por mi lado, jadeantes como yo, y a veces me soplan una gran nube negra en la cara. Ya no sé a qué lado tengo que mirar para cruzar una calle. Entonces miro a los dos, me parece mejor; estoy acostumbrada a las calles de dirección única.

Parece que, en teoría, el peatón tendría la prioridad, pero esta regla no es aquí tan estricta como en Suiza, donde el conductor tiene que pagar una multa si no deja pasar al viandante. Allá tampoco sería posible conducir una moto sin llevar un casco ni ir tres -con un niño atrás- en ese vehículo. No causaría ninguna gracia a la Policía suiza, supongo.

Me ha tomado más de una semana comprender, más o menos, el funcionamiento del sistema de transporte. ¡Hay tantas posibilidades diferentes para moverse de un lugar a otro! Necesitas conocer los nombres de los lugares y tener un mapa de la ciudad en tu cabeza; si no, no sabes dónde subir ni dónde bajar y el que no haya paradas fijas no me ayuda mucho a orientarme.

Al mismo tiempo me parece algo muy práctico, porque puedes subir y bajar donde quieras. Nunca sabes a qué hora pasa un vehículo de transporte público, pero como hay tantos no importa. Pienso en la gente en Suiza, que se enoja cuando un tren o un bus se retrasa cinco minutos.

Cuando estoy perdida, siempre hay gente amable que me ayuda. Un paceño me dijo que debo tener cuidado, porque parece que si preguntas a alguien en la calle por una dirección, siempre opta por indicarte cualquier cosa antes que reconocer que no lo sabe. Hasta ahora no he tenido ningún problema, pues encontré lo que buscaba gracias a las descripciones de la gente.

Bolivia vs. Suiza

Muchas personas quieren saber qué es lo que más echo de menos de Suiza. Es una pregunta que no espero. Y cuando les contesto que no extraño nada, tengo la impresión de que no me creen. Es como si fuese inimaginable que alguien venido de un país tan rico como Suiza no extrañe algo y casi presento excusas diciendo que sólo voy a quedarme dos meses y que mi respuesta podría cambiar si me quedara más tiempo.

También me preguntan si he leído algo sobre Bolivia antes de venir. Quieren saber si es como me lo imaginaba, o tal vez peor. Nunca había pensando antes en el adjetivo “mal” para describir a Bolivia. Lo que puedo ver en las calles de La Paz con mis ojos suizos me parece bonito. Pero saltan a la vista, por ejemplo, las enormes diferencias sociales. Mientras en la plaza Abaroa pasa una limusina negra que casi no puede girar por su tamaño, a su lado hay coches viejos y herrumbrosos que pierden la pintura.

Las diferencias sociales no sólo se reflejan en los coches, sino también en la apariencia de la gente. Sentada en un banco en cualquiera de las muchas plazas de la ciudad, puedo ver a una mujer en la calle mendigando y a su niño jugando con el agua de un charco. Al mismo tiempo, veo a un señor llevando un traje muy bien planchado y gafas del sol oscuras, hablando con alguien por su celular. Hay un indigente sin zapatos durmiendo en la calle y al lado una terraza donde la gente almuerza.

Un domingo fui a la plaza Murillo. Hacía buen tiempo y había mucha gente. ¡Qué riqueza cultural! Niños de todos los colores de piel jugando con las palomas, jóvenes con vaqueros, camisetas y tenis, flirteando y riendo, padres jugando al fútbol con sus hijos y mujeres llevando faldas largas y chales bonitos hablando juntas en las gradas.

Caigo rendida cada noche en la cama, pero muy contenta. Debe ser una mezcla de la altitud, de muchas impresiones nuevas y del idioma extranjero.

¡Qué suerte tener esta posibilidad de vivir durante un tiempo en un país extraño y conocer a su gente y su cultura! Veo las luces de La Paz que se encienden. Con un poco de suerte aparecerá el Illimani, que parece velar por la ciudad y sus habitantes.

Página Siete

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