Perro Aguayo, del boxeo a la lucha libre

19 sep.- Los espectadores que asistían al Olympic Ring en los años 80 aplaudían sus presentaciones, ya sea haciendo pareja con Barrabás o El Conde, o para enfrentarse con Ángel Azul o Sombra Vengadora, quien tiempo después llegó a comentar: “Cuando luchaba hacía reír, pero cuando era rudo, era rudo de verdad”. Después de años de haberse alejado de los cuadriláteros, el Perro Aguayo (Emilio Aruquipa) continúa siendo el rudo más querido de la lucha libre boliviana. 

Los primeros acercamientos de Emilio a un ring, no obstante, fueron en torno al boxeo cuando, a sus 10 años, solía ir a los espectáculos que se organizaban en la plaza Pérez Velasco, donde su padre (Juan Aruquipa), quien era policía, representaba al club Litoral en los enfrentamientos boxísticos, a mediados de los años 60. 

“Aquella vez se intercalaba una pelea de box con otra de lucha libre. Por mi papá he tratado de incursionar en el box, pero al final me ha gustado la lucha libre”, comenta Emilio, quien además confiesa que fue influido, como muchos otros luchadores del país, por las películas mexicanas de El Santo, Huracán Ramírez, Rayo de Jalisco y Blue Demon, entre otros. 

El impacto de los filmes del deporte espectáculo hizo que cada barrio paceño tuviera su propio club, como Los Tigres de la calle Villamil de Rada, Los Atlas de Villa Victoria o Los Pulpos de El Alto. Ese influjo hizo que el joven Emilio y sus amigos también fundaran su propio club, Los Halcones del Norte, al final de la calle Pedro Kramer, en la zona El Calvario. 

“Mi papá y algunos vecinos nos ayudaron a armar un cuadrilátero cerca de mi casa. Luchábamos en la calle sobre aserrín o viruta que sacábamos de barracas. No tenía botas, así es que mi mamá me cosió unas medias de lana y me presentaba con eso. Usábamos esos buzos que se ponen en la morenada. Así he empezado”, comenta Emilio, quien no olvida que las peleas eran para personas resistentes, pues aquellos años incluso se rompían ladrillos y adobes en el cuerpo. Todo por el espectáculo. 

El luchador que se respete tiene que diferenciarse de otro por la máscara o la cabellera, un nombre atrayente y por el bando que va a representar, señala. 

Es por ello que Emilio adoptó Chico Veloz como su primer denominativo, un luchador de estilo técnico con máscara. Pero como se sentía incómodo, al poco tiempo decidió luchar con el rostro descubierto para toda la vida. Y así lo hizo. 

Emilio estaba decidido a seguir creciendo como cachascanista, por lo que fue a probar suerte en un club de Vino Tinto junto a Misterio I, Misterio II, Neutrón y Estrella Blanca. “Parece que se creían luchadores grandes, pues no nos dejaron entrar”. Su perseverancia hizo que luego fuera a probar suerte con Los Atlas de Villa Victoria. En ese lugar aprendió más de la lucha libre y también recibió una de sus primeras lecciones ante un deportista reconocido. En la medianera de la década de los años 70 llegó un espectáculo internacional de lucha libre a la sede de gobierno, en la que se presentaba el mexicano El Leopardo. “Yo ni siquiera fui a ver sus luchas, pero un día (El Leopardo) fue a visitarnos a Villa Victoria. Con la experiencia que tenía nos manejaba como a muñecos. A mí, por ejemplo, me alzó sobre sus hombros. Pensé que me iba a lanzar adelante, pero lo hizo atrás y me dejó sin aire, no podía ni hablar. Él me seguía levantando, pero yo dentro de mí le gritaba ¡ya no puedo, ya no puedo!”, rememora entre risas. 

Para vencer más retos en esta disciplina, Aruquipa pasó a formar parte de Los Pulpos de El Alto, donde dejó para siempre el estilo técnico para continuar su carrera como rudo. “Es que el rudo tiene más ventaja de agarrar al técnico y maltratarlo, mientras que éste tiene que hacerse golpear, por eso empecé a luchar como rudo y me ha ido bien”, asegura. 

Cuando Los Pulpos alquilaron el Coliseo Municipal de la avenida Simón Bolívar en el centro paceño, Aruquipa luchaba mejor y se hacía más conocido, lo que originó que el empresario peruano Rocky Pacora lo buscara para hacer una gira por el país y darle su nombre definitivo. 

“Pacora me dijo: ‘¿Por qué usas ese nombre (Chico Veloz) si tienes un estilo similar al Perro Aguayo de México? Llámate Perro Aguayo’. De esa manera cambié de nombre”, explica Emilio hoy acerca del origen de su denominación como luchador profesional, con el que pasó a integrar después la Asociación de Lucha Libre Profesional Los Titanes del Ring. 

En la arena de la zona de San Pedro, el Perro Aguayo se hizo conocido por su estilo de lucha, que combinaba el clásico rudo “sanguinario” con el técnico al que le salían mal los movimientos. “Ese estilo nadie lo ha tenido. Por ejemplo, un técnico pasaba las tres cuerdas de un salto, pero yo a propósito me trenzaba o me tropezaba y eso le gustaba a la gente. Quería que el público estuviese contento, no sintiera dudas de mí, quería que la lucha fuese un poco más alegre”, explica. 

Esa capacidad de mezclar movimientos rudos y técnicos con gracia hizo que Emilio fuese uno de los más populares de la lucha libre y que apareciera en las luchas de fondo de Los Titanes. 

En las tardes de domingo, el Perro hacía pareja con El Conde de Villa Victoria, Barrabás, Alí Farak, Barón Rojo, Tabaré y Piel Roja, principalmente. “Nunca me voy a olvidar del Piel Roja porque siempre pegaba donde no debía hacerlo, golpeaba en cualquier parte. Era bruto y le tenían miedo”, comenta sobre su excompañero. 

De manera individual, en parejas al “estilo mexicano”, tres contra tres “al estilo australiano” o cuatro contra cuatro “al estilo romano”, los rudos solían luchar contra la Sombra Vengadora, el Halcón Dorado, Caballero de Negro, Kung Fu, el Matemático o el Dragón Chino, entre otros técnicos. 

De forma paralela a la lucha libre, Emilio conducía un micro del Sindicato Simón Bolívar, donde su popularidad le hizo pasar bochornos ante sus pasajeros. “Durante ese tiempo pasaba calores porque subían al vehículo incluso mujeres y chicos para pedirme un autógrafo”. 

Si bien el Perro Aguayo vivió momentos felices junto a Los Titanes, también soportó algunas decepciones, como cuando le quisieron quitar un cinturón de campeón. “En el Olímpic salí campeón de peso semipesado, pero dentro de la empresa querían que devolviera el cinturón a otro luchador en una pelea pactada. Es lo que más me ha decepcionado”, manifiesta el “rudo”, quien como muestra de su desacuerdo no se presentó en aquella lucha. 

En contraparte, ante la pregunta de quién fue su maestro en la lucha libre, el Perro Aguayo responde que aquel entonces todos se ayudaban para brindar un mejor espectáculo. “El Sombra Vengadora (Juan Mendoza) ha hecho mucho por la lucha libre, al igual que El Conde (Basilio Ilaya), creo que gracias a ellos hemos surgido y hemos sobresalido más todavía”, resalta, sin dejar de mencionar al Dragón Chino (Fernando Quiroga). 

Acerca del fin de los Titanes del Ring, Emilio cuenta que coincidió con una presentación de luchadores mexicanos en el coliseo Julio Borelli. “Desde ahí empezó a caer el show, ya no era lo mismo. Creo que hubo problemas con el dueño de la plaza Olímpic y ya no hubo más luchas”. 

“Con los Titanes del Ring tuve una de mis mejores épocas, parte de mi juventud la dejé ahí, porque luché de muy jovencito”, sostiene quien en su carrera ganó un cinturón de campeón y tres cabelleras. 

Frente a ese final inesperado, los luchadores se dedicaron a hacer giras por el país y parecía que se iban a dispersar, hasta que en 1998 aparecieron Adolfo Paco y Édgar Patiño, quienes llamaron a los gladiadores de élite con el fin de plantearles un proyecto televisivo: Furia de Titanes. 

“Aquella vez nos reunimos con más edad y nos encontramos para recordar viejos tiempos”, cuenta el Perro Aguayo, quien añade que durante un año grabaron luchas para la televisión, que se emitían en ATB los domingos, y que después emprendieron las giras nacionales. “La gente nos conocía en todos los lugares. En La Paz hemos reventado el Coliseo Cerrado. Nos fue tan bien, que la empresa compró un bus exclusivo para los luchadores con el fin de presentarnos en el estadio Félix Capriles de Cochabamba, con un lleno total. Después adquirieron un camión para trasladar el cuadrilátero, así hemos girado por toda Bolivia”, resalta. 

Paradójicamente, ese éxito también marcó el final de Furia de Titanes, debido a que ocasionó que Paco y Patiño se separaran como socios y cada cual organizara su propio espectáculo. 

Emilio continuó luchando con la empresa de Sombra Vengadora en escuelas y colegios, hasta que en 2005 decidió alejarse de los cuadriláteros. “La lucha ya no es lo mismo que antes, ya no es profesional. Nosotros antes incursionábamos en la lucha olímpica, lucha grecorromana y defensa personal. Hay que saber caer, de donde te lancen tienes que saber acomodarte, pero estos chicos no tienen esa preparación y es muy peligroso para ellos”, comenta el Perro Aguayo. 

“La gente valora lo que hacíamos, nos extraña, porque dice que esas épocas fueron buenas, sin menospreciar lo que hay ahora”, opina el luchador, quien se muestra ansioso ante la posible reunión de los Titanes del Ring para hacer su despedida oficial de los cuadriláteros, donde hicieron pasar muy buenos momentos a los espectadores y donde alcanzaron la fama. “Tengo lindos recuerdos de la lucha, me han puesto en un lugar que quizás nadie va a poder llegar. Yo mismo no creo a veces haber llegado a esto”, afirma el Perro Aguayo, quien asegura que “si nos reunimos los antiguos luchadores, volveremos a ser los Titanes del Ring, eso nadie nos va a quitar”. 

Detrás del volante de su radiotaxi de la empresa Gaviota, Aruquipa aún es reconocido por los pasajeros, quienes le preguntan si realmente es quien los animaba las agitadas tardes de domingo en el Olímpic Ring de San Pedro. 

Y es que el Perro Aguayo mantiene la popularidad de aquellos años, cuando divertía a los espectadores con su estilo propio, que lo convirtió en el rudo más querido del cachascán boliviano. En lucha. 

/Prensa



 

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