Alí Farak, el sanguinario del camello perdido




20 sep.- Con un maletín negro bajo el brazo derecho camina presuroso por las calles de El Alto; ahora se dedica al oficio de visitador médico. 

Extrañamente también lleva consigo recortes de periódicos y fotografías antiguas de una época que considera dorada. “Es que siempre me piden para las entrevistas”, afirma. Si bien mantiene la vivacidad de hace 30 años, su rostro y su andar no pueden ocultar el paso del tiempo y la factura de una vida entera dentro del cuadrilátero. Lo que mantiene casi intacta es la barba, gracias a la cual muchos lo reconocen. 

“¡Señoras y señores!”, resuena en la plaza de toros Olímpic Ring de la zona de San Pedro, con un fondo musical de Oriente Medio como acompañamiento de la presentación de lucha libre. “Con ustedes, ¡el temible Alí Farak, el árabe del camello perdido!”, prosigue el animador del espectáculo. 

Cuando Mario Averanga (Alí Farak) empieza a recordar sus momentos de gloria encima del ring, los ojos gastados por el tiempo se le iluminan, como si a través de su mirada proyectara las tardes de domingo en aquella zona paceña o cuando desde muy niño iba a ver a sus ídolos en la arena de la plaza Pérez Velasco en los años 50. 

Mario cumplió el servicio militar obligatorio a los 17 años en el regimiento Ingavi, IV de Caballería. “Estaba en el grupo de seguridad y Luis García Meza era mi comandante”, recuerda de quien luego tomaría el poder y la presidencia por la fuerza. “(García Meza) era un abusivo, nos agarraba a patadas porque nos quería hacer desertar, pero como yo era chango, me aguantaba”, dice acerca de su primera etapa militar, que luego prosiguió en el regimiento de infantería RI5 Campero, en Ibibobo, en el Gran Chaco tarijeño. 

Entre instrucciones y ejercicios físicos, los conscriptos también participaron en un festival de box organizado en Villa Montes. Fue el momento en que Mario y un amigo ofrecieron un espectáculo de lucha libre, sacando provecho de que ambos habían asistido al coliseo de la Pérez Velasco para ver a los gladiadores de aquellas épocas. “Nos fue muy bien porque hicimos las figuras que los luchadores presentaban en La Paz”, rememora. Tras concluir el servicio militar, Mario comenzó a trabajar en la Cervecería Boliviana Nacional (CBN), lo que le permitió conocer a trabajadores fabriles como Clemente Quisbert, quien además de prestar sus servicios en la gran factoría, los fines de semana se presentaba sobre el cuadrilátero de lucha libre personificando a La Muerte. 

Como Mario ya había pasado por una primera experiencia de lucha en Villa Montes —lo que confiesa le encantó—, pidió a Clemente que le enseñara las artes del “deporte viril”. Es así como el joven trabajador de la CBN iba a entrenarse en un canchón de Villa Victoria, donde también se preparaban los deportistas del club Los Tigres. 

Mario recuerda que las jornadas de instrucción eran arduas, debido a que demandaban mucha disciplina, lo que es básico en este deporte. 

Después de un largo proceso de aprendizaje de llaves y movimientos, a Mario le dieron la oportunidad de luchar de manera profesional. Con un buzo blanco, chaqueta roja, aretes y pañoleta, apareció dentro del cuadrilátero como el Pirata de la Barba Negra. “Escogí ese nombre porque siempre me han gustado las historias de piratas”, cuenta el luchador. 

A diferencia de otros, no necesitaba máscara, pues desde joven se hizo crecer la barba, así que tenía la facha para hacer de un luchador rudo, o sea de aquellos que asumían el papel de villano, con intenciones de infligir daño al oponente recurriendo siempre a técnicas prohibidas en el cuadrilátero. 

Para 1964, los mejores luchadores mexicanos de la época llegaban a La Paz para ofrecer un show, entre los que se destacaban Huracán Ramírez, Rayo de Jalisco y Leopardo. Después de la presentación, este último decidió quedarse un tiempo en Bolivia y residir en la zona paceña de El Tejar, donde habilitó un espacio para enseñar lucha libre a los jóvenes del lugar, entre los que siempre estaba Mario. 

Por aquellos tiempos, la radionovela Kalimán, el hombre increíble era muy escuchada. Una de sus aventuras se titulaba La secta de la mano negra, en la que un oficial de la Policía egipcia, el capitán Farak, investigaba las actividades de un grupo religioso. “Es igualito a vos —le aseguró Leopardo al todavía Pirata de la Barba Negra—, así que de ahora en adelante, hasta que mueras, serás conocido como Alí Farak”, le dijo su maestro, tal vez imaginando las facciones del policía a través de la voz que daba vida al personaje.Fue así como en 1966 apareció por primera vez ante el público Alí Farak, el árabe del camello perdido, quien en su primer combate se enfrentó con Chachapuma, un luchador técnico que se había presentado en la Pérez Velasco y que era conocido por su melena larga y su físico impresionante.Tiempo después se formó un grupo de luchadores que se presentaba en varias arenas, como la de Villa Victoria, Villa Fátima, la de la calle Villamil de Rada y la de la zona 16 de Julio de El Alto, además del coliseo municipal de la avenida Simón Bolívar y el coliseo cerrado Julio Borelli. 

Gladiadores como Juan Trueno, Caballero de Negro, el Conde, Perro Aguayo, el Matemático y Alí Farak se organizaron como los Tigres del Ring, una agrupación de luchadores que se presentaba en varios lugares y cuya cima fue la grabación de luchas para su emisión nacional en canal 7, la entonces Empresa Nacional de Televisión Boliviana (ENTB). 

La etapa de la dictadura obligó a que los Tigres del Ring hicieran una pausa en sus presentaciones. Fue entonces que Mario —según narra— fue convocado por el sacerdote Juan Carlos Pezzota para contratarlo como su protector en la parroquia San Salvador de El Tejar, ya que diversos religiosos eran perseguidos por el gobierno de facto y el párroco temía por su vida. 

Con el retorno de la democracia, los luchadores se reunieron otra vez para formar lo que se llamó Titanes del Ring, con espectáculos memorables en el Olímpic Ring. Vistiendo turbante rojo, chaqueta o túnica albirroja, buzo blanco y botines, y con el fondo musical del Oriente Medio, Alí Farak, el árabe del camello perdido, ingresaba al escenario. 

Con Dragón Chino, Kung Fu, Sombra Vengadora, Halcón Dorado, César el Romano, Avispón Escarlata, Barrabás, Rocky Méndez, Piel Roja, Médico Loco, la Muerte, el Conde, Ángel Azul y la Momia, las graderías de la arena de San Pedro se llenaban de seguidores de todas las edades. Era tal su popularidad, que tras sus presentaciones se quedaban en los camarines hasta que todo el público se hubiese retirado porque eran bastante requeridos. 

Con el tiempo, los “titanes” dejaron el Olímpic para presentarse en otros escenarios, por lo que promocionaban sus shows en programas de la televisión como Sábados populares. El director, productor y conductor del programa, Adolfo Paco, les propuso organizar la serie Furia de Titanes, con shows los jueves en Villa Victoria y retransmisiones los domingos.El éxito de audiencia hizo que los titanes nuevamente llenaran los escenarios del país, aunque un tiempo después, luego de un festival en Sucre, Paco les informó de la cancelación del programa. Fue el tiempo en que Alí decidió hacerse árbitro, aquejado también por los años de lucha, que le dejaron como recuerdo perenne cicatrices en la cabeza producto de sillazos, alguna dolencia porque se le salió el omóplato al saltar desde la tercera cuerda y los meniscos rotos de la pierna derecha, cuyo dolor disipa con pastillas, ya que no tiene los recursos necesarios para una operación. 

Alí confiesa que le es difícil dejar la lucha libre, pues valora todas las alegrías y tristezas que vivió en el cuadrilátero, por eso los fines de semana trabaja como comisionado en la lucha libre Líder, que se presenta los domingos en la zona 12 de Octubre de El Alto. Y es imposible dudar que lleva esto en la sangre, ya que casi todos sus hijos se dedican a este deporte: Benita la Intocable, Cholita Marina, Cobra, Cuervo Picudo, Espantapájaros y Alí Farak Junior. 

Mario termina la entrevista y debe retomar su actual oficio; camina presuroso para hacer más entregas, aunque pudiera parecer que aún busca a su camello perdido en los cuadriláteros del siglo pasado. 

Los orígenes de la lucha libre se encuentran en el apogeo cultural de Grecia, cuando se otorgó mayor importancia a la educación integral, es decir, el adiestramiento y desarrollo del cuerpo, la mente y el espíritu. Es por ello que el deporte llegaba a su máxima expresión cuando se organizaban los juegos festivos de Olimpia, en honor a sus dioses, en los que se competía en disciplinas como carreras de resistencia, de cuadriga o de carros de guerra, salto de longitud, lanzamiento de disco y tiro al arco, entre otros. 

La lucha libre fue introducida el año 708 a. C. en los Juegos de la 18ª Olimpiada y consistía en vencer al contrincante tres veces haciéndolo tocar el suelo con sus dos hombros. Para hacerlo se permitían maniobras que ahora son prohibidas, como zancadillas o retorcer los miembros del rival. 

Para los enfrentamientos se sorteaban los competidores, que eran divididos entre adultos y jóvenes, por lo que un gladiador de peso inferior tenía que superar su desventaja con mayor habilidad. 

En el imperio romano, el año 490 se presentó por primera vez un combate de gladiadores, en el que solo podían escapar de la muerte quienes mataran a su contrincante. Con la llegada de los emperadores cristianos se eliminaron las matanzas y sacrificios humanos para ser reemplazados por combates y torneos de atletas. 

De esta evolución surgió la lucha libre de la actualidad, con estilos y reglas de acuerdo con la región donde se desarrolla, siendo los principales estilos el mexicano y el estadounidense.

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