Servicio gastronómico en Bolivia

Como si se abrieran los telones, pero en un escenario diferente, un excéntrico espectáculo gastronómico comienza en un restaurante. Se trata del teppanyaki, un estilo propio de la cocina japonesa, que consiste en preparar alimentos en una plancha de acero, entre trucos y piruetas.

Bienvenidos a Shan-gri-lá, un restaurante japonés donde el chef Roberto Nogales, cual talentoso malabarista, entretiene a un grupo de comensales durante la preparación de dos platos a la carta.

En un ambiente cerrado y con una tenue luz, su primer número está matizado con figuras en el aire. Una espátula, un tenedor y un cuchillo son los utensilios que emplea ágilmente para cocinar.

El chef tiene cuidado de cortar trozos cuadrados de dos centímetros que puedan ser alzados con facilidad con los tradicionales palillos de bambú, cubiertos típicos de la cultura oriental.

Entre tanto, uno de los meseros pone en frente una suculenta sopa con verduras y una ensalada que, como explica Nogales, “sólo es para entrar en calor, porque son preparaciones ligeras”.

El teppanyaki es cuestión de destreza, carisma y creatividad. El gran secreto reside en el chef, quien cocina frente a un grupo de seis a ocho comensales sentados alrededor de la plancha.

El escenario gira en torno a placas de acero inoxidable, de industria mexicana, que permiten realizar cocciones con poca grasa, por lo que -en general- el menú resulta ser muy saludable.

“Esto es parte de la cultura japonesa, por lo tanto el chef teppanyaki debe conocer a profundidad y apreciar esa cultura. Es todo un arte que debe ser aprendido y respetado”, afirma Misao Nakama, chef del restaurante nipón Hatsuhana, ubicado en Colombia.

Este arte culinario, que empezó en Japón durante la Segunda Guerra Mundial, demanda práctica e iniciativa. Si bien en el país no hay escuelas especializadas en este arte, la mejor forma de aprender es acudiendo a chefs más experimentados.

Así aprendió Nogales el truco “del volcán”, poniendo uno sobre otro los aros de cebolla que, al igual que una montaña, expulsan “lava de soya” por el centro debido al calor de la superficie.

De forma desapercibida, el chef avanza en la preparación de las guarniciones, mientras la penetrante combinación de la mantequilla con el ajo abre el apetito.

“Aquí no se puede probar el sabor de la comida, así que debo calcular bien cada ingrediente”, dice Roberto mientras prepara uno de los trucos más solicitados.

Con una imponente llama de fuego sobre la plancha, los comensales quedan sorprendidos, mientras una ola de calor golpea los rostros, por supuesto sin causar daños. Es impactante.

Las siguientes pericias son impredecibles. Malabares con un huevo y figuras con el arroz son algunos de los actos que solazan a la clientela provocando risas por las ocurrencias del especialista.

Oliver Bellido, administrador de Shan-gri-lá, destaca que este servicio promueve la diversión y fraternidad entre los clientes que, al estar en un espacio privado, generan un ambiente de confianza.

Incluso, en algunos casos, son los niños o los agasajados quienes asesorados por el chef aprenden las técnicas del teppanyaki, amenizando aún más la jornada.

“Normalmente las personas llegan serias, pero después hay más espontaneidad porque se sienten a gusto”, cuenta Nogales.

En este lugar se ofrecen platos en base a pollo, carne, pescado y mariscos que satisfacen “hasta al paladar más exigente”.

Durante la elaboración de los platos, cada quien puede “personalizarlos” quitando o añadiendo ingredientes de su preferencia. Según Bellido, ésa es una de las ventajas del teppanyaki.

Al probar la carne, claramente se distinguen las hierbas aromáticas con las que fue sazonada, además tienen un sabor carbonizado que adquirió con la llama de fuego. Mientras que el langostino resalta por su toque de limón y un sabor sutil a picante.

Sin duda alguna, después de presenciar estas creativas demostraciones, la comida adquiere un “saborcito” adicional, que invita a repetir esta experiencia al mejor estilo japonés.

Página Siete

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