Historia de la Feria 16 de Julio de El Alto: Desde una aguja hasta un tractor

Parafraseando un párrafo de la Biblia se podría decir: quien no haya comprado alguna vez una prenda usada que tire la primera piedra, o dicho de otra manera, que lance la primera prenda.

“Yo sólo compre un saco, que parecía nuevo, bien confeccionado y me quedó ‘al pelo’, pagué 50 bolivianos en la calle Figueroa”, cuenta Martín, egresado de comunicación y partidario de frenar de una vez por todas el comercio de la ropa usada.

La comercialización de ropa usada en Bolivia debió suspenderse en abril del 2008, pero las marchas, bloqueos y amenazas obligaron al Gobierno a extender el plazo hasta el 31 de marzo del 2009 y luego las prórrogas se sucedieron, porque los anuncios de paros, bloqueos y otras medidas para impulsar una nueva ampliación, colocaron una valla a las autoridades.

En la Feria de la 16 de Julio, una chamarra vale 30 bolivianos, un sacó cuesta 70, una camisa de marca hasta 30 bolivianos. “Un traje para fines de semana me costó 100 bolivianos. Estoy separada, tengo tres hijos y no tengo plata para comprar ropa nueva. La gente pobre busca lo barato. Yo no me opongo a que entre al país la ropa usada”, comenta doña Cristina que tiene un puesto de venta de comestibles y buscaba, el pasado jueves, camisas para sus hijos.

La Cámara Nacional de Industrias (CNI) a través del estudio “Impacto de la Importación de Ropa Usada en Bolivia” develó que el negocio de la ropa usada en el país mueve 40 millones de dólares estadounidenses al año y que el volumen total importado llega a las 8.000 toneladas anuales. La mayor parte de esta mercadería ingresa vía contrabando.

Los que buscan los artículos que no encuentran en la ciudad se van a la feria de El Alto que funciona los jueves y sábados. Hay al menos tres cuadras para comprar todos los accesorios para vehículos, en otra calle venden llantas, en la siguiente ropa de todas las variedades, en una esquina están los relojes, más allá artículos de ferretería y, quien tiene sólo monedas va al sector de la vía donde podrá encontrar un par de zapatos hasta en tres bolivianos.

“Hay ropa para todos los gustos y miente quien dice que no ha comprado nunca algo usado, es como en Estados Unidos, la gente va al mercado de ‘las pulgas’ en busca de antigüedades. Yo he visto a mucha gente de la zona Sur de La Paz en El Alto, se van con ropa vieja, se colocan una pañoleta o gorra para pasar desapercibidas”, relata una señora que encontramos en una esquina de la feria regateando el precio de un jean.

En enero de 2004, el Gobierno de turno emitió el Decreto Supremo 27340, que permitía la importación de ropa usada por dos años, y, desde entonces el plazo se fue ampliando cada dos años, presión de por medio.

Aguelino Wilson Fernández Ayma, contó hace cuatro años cómo ingresó en el negocio de los ropavejeros. En poco tiempo se convirtió en el rey del negocio trayendo ropa de Estados Unidos y luego de clasificarlos los entregaba en la calle Figueroa de La Paz, otros fardos tenían como destino Cochabamba y Santa Cruz para venderse en La Cancha y barrios de Santa Cruz.

Los ropavejeros traen las prendas en fardos desde la zona franca de Iquique. Así llega al país ropa casi nueva y otra bastante usada y lejos de superar las mínimas condiciones higiénicas que reclamarían las autoridades del rubro.

Cifras van y cifras vienen pero más o menos hay coincidencias en estos números. Barrios enteros de ciudades como La Paz, Cochabamba o Santa Cruz y se dedican al negocio y se podría decir que de este comercio viven unas 250.000 personas.

Un estudio de hace un año evidenció que el sector textil dejó de ganar entre los años 2002 y 2005 aproximadamente 312 millones de dólares y esta cifra posiblemente ha crecido en los tres últimos años, razón de sobra para que muchos comerciantes se hayan sumado al negocio.

“Entiendo las necesidades de la gente y la dimensión del problema, pero en el caso nuestro se coloca en riesgo a la industria nacional, los talleres y las microempresas. Nosotros tenemos un compromiso con la gente que trabaja en nuestra empresa y preservar su fuente de trabajo es para nosotros un desafío”, afirma Jaime Díaz, gerente propietario de Gav Sport, especializado en la confección de ropa deportiva y ropa casual.

Muchas de las personas que se quedaron sin trabajo por el cierre de una fábrica emigraron a Buenos Aires, Sao Paulo y ciudades de España para trabajar en talleres clandestinos en condiciones precarias.

Los contrabandistas de ropa usada se ingenian para internar su mercadería al país. “Tenemos un sistema de alerta temprana”, comenta uno de los dedicados a este negocio para superar la vigilancia del Control Operativo Aduanero (COA). Se usan cajas camufladas con ropa nueva, camiones que tienen rutas definidas y nexos en los centros donde llega la mercadería.

“Yo me compré un saco, mi amigo se compró un abrigo, el otro una camisa. Sabemos que esto no está bien, pero lo hacemos, quien puede decir que no lo hace”, asevera Martín y recuerda aquella frase del filósofo San Agustín, “no hago el bien que quiero sino el mal que no deseo”.

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