Historias trágicas de los Discapacitados en Bolivia

Deymar tiene 13 años pero debe ser atendido como si fuese un bebé. Su madre también ocupa su tiempo en cuidar a su marido. Vienen de Santa Cruz.

Julia Corrillo (de 45 años) atiende diariamente a su hijo Deymar, de 13, como si fuera un bebé. Le cambia pañales, lo lava, le da papilla para que coma. El menor tiene retardo mental y discapacidad física que le impide moverse.

Pero, además, Julia dedica su tiempo para cuidar a su esposo Samuel, de 58, quien debido a una dolencia de espalda debe desplazarse en silla de ruedas.

Esta familia llegó a La Paz junto con la marcha de los discapacitados y se encuentra -desde el jueves- en la primera de las carpas instaladas en la calle Ingavi, frente a la línea de policías que les impiden el paso a la plaza Murillo.

Ella, junto al grupo de discapacitados, pide un bono de al menos 3.000 bolivianos al Gobierno y la promulgación de la Ley de Trato Preferencial.

“Vivir con mi hijo y esposo es como estar en una jaula”, dijo ayer mientras abandonaba precisamente una jaula en la que se metió junto con su hijo para protestar.

“Cuando mi hijo cumplió ocho meses le vino una fiebre y mi calvario comenzó”, relató.

El menor no puede masticar ni digerir alimentos sólidos, por esto su madre le da todos los días una fórmula de leche especial que vale, el tarro, 95 bolivianos. “Lo mezclo con platanito molido para que pueda comer”.

Si le da alimentos pesados, como alguna vez lo hizo, Deymar corre el riesgo de sufrir estreñimiento y dejar de hacer sus necesidades por una semana.

“Si esto pasa, cuenta, hay que realizarle un enema para que pueda ir al baño”. Pero ésa es sólo una expresión. Como el menor no puede caminar, debe colocarle siete pañales al día y cada uno vale ocho bolivianos. Además, si le realiza una enema su hijo puede sufrir una deshidratación.

Además de esos cuidados, Deymar cada día debe recibir dos tabletas de carbamazepine para que no tenga convulsiones. Por las noches, ingiere el fármaco Salbutamol para que pueda dormir tranquilamente y no ser afectado por ataques de asma. “Éste (medicamento) se me perdió cuando los policías me golpearon (el jueves) en mis manos y golpearon a mi hijito en su carita”, relató.

“Por semana necesito más de 500 bolivianos; al día debo ganar como 80 bolivianos para todos los medicamentos que necesita mi hijo y un poco más para mi alimentación. Por eso comemos poco”, dice la mujer que trabaja limpiando casas y lavando ropa en Santa Cruz.

Su marido también aporta a la economía vendiendo dulces, pero no es suficiente. Debido a la falta de dinero Deymar no puede recibir tratamientos de fisioterapia. “Para ello necesito pagar 50 bolivianos (por la atención) y 30 bolivianos para los pasajes, 15 de ida y otros 15 de vuelta”.

“Las madres con niños con discapacidad vivimos encerradas en nuestras casas porque no tenemos la libertar de salir a las calles”, dice.

Del esposo

Julia también tiene que destinar tiempo para atender a su marido, quien debido a un problema en la columna no puede caminar y se traslada en silla de ruedas.

“A veces no logra aguantarse porque está mal del estómago y se moja; y de una persona mayor el olor es más fuerte”, dijo la mujer ayer a Página Siete mientras buscaba un baño para que su marido pudiese asearse luego de no haber controlado sus esfínteres.

Si hubiese tenido dinero para comprar pañales, todo hubiese sido más fácil, comenta.

Página Siete

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